Estaba enfermo en la cárcel y no me visitasteis.


Que corto es el afecto de los hombres. Qué ingratitud con los semejantes. La ausencia de un ser querido lo reemplazamos por otro más cercano. “La vida es una sola, si falta el tiempo para uno menos va a sobrar para otro”.
La humanidad ha sido absorbida desbordada al tremendo desarrollo social, y el hecho de vivir en zonas urbanas, cad vez más crecientes; ha ido afectando las relaciones de cercanía, y en medio de un mar de gentes, nos vamos volviendo egocéntricos casi por inercia y sin darnos cuenta; y , cada vez visitamos con menos frecuencia; y si está enfermo o preso peor, no queremos que nos transmita sus problemas y menos cargan con el peso de sus culpas y dolencias. Los infrecuentamos, hasta el abandono.
Jesucristo que conoce el corazón de ambos: del ingrato como del necesitado instituye un vínculo de obligación moral como si se tratara de él a todo aquellos que profesan su fe; consta a no desechar de ninguna manera. No existe ser más miserable, sórdido, indignante compadecible y deshumanizado que un preso o enfermo abandonado a su suerte.
Pero el Señor no solamente se refiere a estas personas que pueda ser nuestros amigos o nuestros familiares como parte del entorno social, sino también a nuestros hermanos en la fé.
Aquellos miembros de la comunidad cristiana, que escandalizado por algún pecado grave o escandalizado por sus propios pecados, está preso en las garras de Satanás; que acusa a el y sus hermanos como que no cambiarán nunca y ya no quiere saber nada de la comunidad. Otros enfermos por su anímica fe no puede superar la virulencia de su juicios contra todos.
A estos hermanos hay que asistirlos cubriendo su vergonzosa desnudez con los ropajes de las continuas visitas, alimentandolos con el pan de la comunión desviando su sed con el cáliz de la misericordia.
De otra manera Jesús nos dirá en el juicio:
“No os conozco, apartaos de mi presencia agentes de iniquidad”

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