Dos Frutos de la Envidia

La tenebrosa mano del pecado, se apoderó del frágil corazón de Caín y la estrujo de tal manera que oscureció ser ya confundida mente. Confundida, al no entender porque la ofrenda de Abel, era más agradable a Dios que la suya. Y con el orgullo lastimado cogió una inocente piedra y la descargó con toda en la nuca de su hermano, convirtiendo a esa piedra en arma de homicidio. Este es el primer fruto de la envidia. Junto con la violencia, la crueldad y el desatino.
Pero Dios que es tan sabio pero sobretodo justo. Creó la contrapartida; otro fruto de la envidia que engrandece al hombre. Es el fruto de la superación, es lo que los sabedores del alma humana lo conocen como la “Sana Envidia”.
Si Caín en vez airarse por la mejor ofrenda de Abel, se hubiera propuesto la siguiente vez a hacerlo mejor otra hubiese sido la historia.
El primer fruto de la envidia es destructivo, cruel y despreciable. Rompe toda ilación con Dios, con la sociedad y consigo mismo. El segundo fruto es constructivo, generoso, leal, asociativo, altruista, etc. Usa esa envidia como estímulo personal.
Por todo esto dice Jesús:
“Por sus frutos los conocereis”
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