Sabiduría y temor de Dios

El hombre devoto, bien leído, bien dotado de vasto conocimiento e informado de manera tal que se considere un “Sabio” , es un necio.
Un ser con sabiduría jamás presume de tal, porque es consciente de sus limitaciones para abarcar la inmensidad de la creación. El sabio medita todo lo que va a decir, pero jamás todo lo que piensa. Es cauteloso, cuidadoso con la lengua y muy consciente con su opinión.
Hay tres cualidades que distinguen a los sabios:
- La prudencia.- Es la virtud por excelencia.
El catecismo de la Iglesia Católica lo considera como la que conduce, modera coadyuva a todas las demás, recibe el epíteto de “HURICH” que quiere decir: Jinete, piloto guía.
- La paciencia.-
Junto con la prudencia interactúa con las otras virtudes y patrocina el respeto, la cortesía y la tolerancia.
c. Temor de Dios.- Es el mayor de los demás.
Es el dimovo de la sabiduría revelada y encarnada; en un don que poquísimos poseen aunque es común a todos los Santos.
El temor a Dios no significa ni miedo, ni su juzgamiento; es saber andar por el camino correcto. Es use perfecto de la libertad que Dios y la sociedad concede, siendo conciente con sus deberes sin violar los derechos de los otros, en armonía con la moral y las leyes.
En Isaías el temor a Dios se ubica en el último lugar como sellando la gratitud de Vina, porque sus anteriores indesligablemente están sujetas a este don.
Hagamos memoria de lo que dice Jesús respecto a este don:
“No temeré a los que matan el cuerpo y no pueden aspirar a más. Temed, más bien, a aquel que puede condenar el alma”

Este es el temor de Dios y la verdadera sabiduría.
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